
Crónica del Ironman de Barcelona 2016
Debuté en el IRONMAN de Niza en el 2015 y disfruté lo que no está escrito así que, tras la celebración del IM de Barcelona del año pasado, en octubre, ya me registré para la edición del 2016.
Mi punto fuerte siempre ha sido el ciclismo, desde mi adolescencia pedaleo en bicicleta de carretera. La natación, a pesar de haber empezado a nadar de mayor y haber sido autodidacta, no se me da mal y en aguas abiertas me crezco, mis tiempos en travesías y triatlones siempre son mucho mejores que lo que cabría esperar por mis tiempos en la piscina. Correr por asfalto, en cambio, siempre ha sido mi punto débil y por este motivo, el otoño pasado, empecé a correr por la montaña para ver si de esta forma me gustaba más y mejoraba. Quedé enganchada a la montaña, me pasé el otoño, invierno y la primavera haciendo carreras de montaña, cada cual más larga que la anterior. Mi velocidad no mejoró pero mi resistencia a correr distancias largas a ritmos bajos y mi fuerza física y sobretodo mental aumentaron exponencialmente. No soy entrenadora pero en mi opinión y experiencia personal, el trail running aporta muchos beneficios a cualquier triatleta y deportista de fondo y es una buena forma de entrenar fuera de temporada de triatlón. Tal fue mi afición a hacer el cabra por la montaña que llegué a cancelar mi inscripción al IM de Barcelona en primavera. Pero antes del verano, cuando empecé a seguir de manera asidua esta revista, a escribir en ella y a conversar con Diego, me arrepentí de tal decisión, así que escribí un mail a la organización y, a pesar de estar cerrado ya el periodo de registro, me dejaron recuperar mi inscripción, eso si, pagando una buena cantidad de dinero.
Y me he pasado el verano alternando salidas por la montaña, con la bicicleta de carretera y la natación. Obviamente, si uno tiene aspiraciones que van más allá de acabar dignamente, ha que seguir un plan específico de entrenamiento, cosa que yo reconozco que no he hecho. Aunque a posteriori, me doy cuenta que tampoco lo he hecho tan mal.
Iba a ir a competir sola, sin apoyos ni animadores, lo cual para mi no suponía ningún problema. Mi familia más cercana y amigos me siguen asiduamente desde sus casas pero no acuden al evento, lo cual me parece muy bien, suficiente tienen con lidiar con un espécimen como yo-que hace triatlones, ultras y lo que se tuerce- como para tener que venir a todas las competiciones. Ellos tienen sus quehaceres y mi vida deportiva trepidante no tiene porque entorpecer la suya. Tampoco conocía a nadie que compitiera. Ya hace años que no pertenezco a ningún club especifico de triatlón y estoy acostumbrada a competir, a entrenar y a salir en bicicleta sola desde hace mucho. Donde siempre voy muy bien acompañada es a hacer el cabra por la montaña.
Sábado 1 de octubre: Recogida de material, check in y el síndrome de “¿qué hago yo aquí?”
El sábado empezó el festival con la recogida del material y el Check in de bicis y bolsas. Al ir sola, y, por ende, no tener vehículo propio, fui en tren, cómodo y rápido para viajar con una bicicleta.
Siempre me sorprende la cantidad de atletas que van a recoger el material y a pasear por la feria del corredor disfrazados como si fueran a correr un maratón; medias y mallas compresivas, zapatillas de correr, gafas de sol de ciclismo y una camiseta de finishers de algo muy bestia. Y no es porque vengan de entrenar dado que van limpios impolutos y acompañados de parejas o amigos vestidos de calle. Creo que era la única atleta que vestía unos shorts y cazadora tejana y sandalias. Todo este postureo, muy habitual en este mundo y muy respetable, desencadena en mí, y creo que en otros atletas, el síndrome de “¿qué hago yo aquí?”, aquel complejo de inferioridad que se produce cuando acudes a un evento y tienes la sensación angustiante, por la apariencia, indumentaria y bicicletas de los demás participantes, que todos/as están mucho más fuertes y preparados que tu y te dices a ti mismo: “¿qué hago aquí? No pinto nada”. Lo mejor es que una vez empezada la competición y conforme avanza y llegas al final te das cuenta que “pintas mucho aquí” y que las apariencias engañan y mucho. No obstante, por más IM que hagas, siempre e invariablemente se repite este mismo síndrome cuando vas a recoger el material y ves todo y todos/as los que te rodean.
Dado que Calella está a poco más de 50 kilómetros de mi casa y la salida era a partir de las 8.20 h AM y al hecho de que no llevo nada bien dormir y comer en hoteles, después de mi check in, a las 14h, volví en tren a mi casa y reservé un taxi para que pasara a buscarme el domingo a las 5.45 AM y me llevara a Calella. Puede parecer esperpéntico ir en taxi a un IM pero hice mis cuentas y me salía más barato coger un taxi el mismo domingo desde mi casa que quedarme el sábado en Calella en un hotel, encima de más cómodo. Cené, dormí y desayuné en mi casa
Domingo 2 de octubre: La competición
A las 6.45 AM el taxi me dejó en Calella y con el síndrome de “¿que hago yo aquí?” en su estadio de máxima gravedad, me puse a hinchar las ruedas con la bomba y a prepararme.
A las 8h todos estábamos en la arena en nuestros cajones de salida. La rolling start, en mi opinión, es una buena alternativa a la salida masiva, no por el hecho de nadar con más espacio y recibir menos leñazos sino por motivos de seguridad. Durante la natación es donde tienen lugar la mayoría de sincopes, muertes súbitas y demás percances. La salida masiva aumenta el riesgo de todos estos eventos por el estrés que genera en el atleta e imposibilita que el afectado sea visto y rescatado. A ver quien es el guapo que ve y puede rescatar a un pobre atleta inconsciente en medio de una multitud de 3000 individuos hacinados en el mar....veo más fácil encontrar una aguja en un pajar. Además, la salida escalonada evita las aglomeraciones y colapsos en la T1 y en el segmento ciclista. Entre la charla del speaker, una avería en la megafónía, la salida de los Pros y las Rolling start, estuve casi una hora agonizando hasta lanzarme al mar, sobre las 8.40. Una vez en el mar, todo fluyó a la perfección. Ni olas, ni corrientes ni leñazos por parte de otros atletas. La temperatura del agua incluso demasiado alta para mi gusto.
Salí del agua estupenda y troté hasta la carpa. Una vez allí, me senté en el banco. Sí sí, me senté, me saqué el neopreno, me unté de protector solar y me vestí de ciclista. Los tritrajes son hermosos, lucen mucho y son muy cómodos para un triatlón corto pero para ir en bici durante más de seis horas o correr un maratón, no es lo más cómodo para mi. Como un IM es muy largo y mi aspiración no es ir a Kona, me permito el lujo de tomarme las transiciones con calma, no solo para cambiarme de atuendo sino también para relajar unos minutos el cuerpo y la mente de semejante estrés que va a durar muchas horas. Si eres profesional, estás persiguiendo una marca o ir a Kona, es lógico ir a gas pero para el resto, que somos la mayoría, no creo que correr como locos descalzos o con calas, pegar gritos, insultos y hasta codazos y empujones para adelantar al que tienes delante en la transición merezca la pena. Tampoco se trata de pararse a la cafetería de la playa a desayunar un café con croisants pero tomárselo con un poco de calma si ¿Qué son unos minutos en una competición tan larga? Yo estuve 8 minutos. Para mi no fueron minutos perdidos sino muy buen invertidos.

El segmento de bici constaba de dos vueltas de 90 kilómetros, en cada una de ellas nos desviaban de la nacional después de pasar por Mataró para subir a Argentona. Un circuito claramente rodador, para velocistas y contrarelojistas pero, desde luego, no para mi ni para mi BMC, que es de todo menos una cabra. Mi fuerte es la bici pero soy escaladora, me desenvuelvo fatal rodando en llano o en falso llano. El pedalear incesantemente a un ritmo más o menos constante con la misma posición del cuerpo me fatiga mucho más tanto física como mentalmente que un circuito con desnivel como Niza. Las sensaciones en los últimos 50 kilómetros fueron malas, piernas, cervicales y trapecio recargados. A pesar de ser un circuito llano y de hacerlo en menos tiempo que Niza, os aseguro que las sensaciones tanto mentales como físicas fueron de mucha más dureza en Barcelona. Los últimos 3 kilómetros de entrada a Calella bajé mucho el ritmo para relajarme. Además el asfalto dentro del pueblo es para matarse y destrozar las cubiertas. En cuanto al draftting, Diego ya nos habló de él el lunes con pruebas gráficas. Lo hubo pero creo que menos que en anteriores ediciones, gracias a la subida a Argentona y la Rolling start. Demasiado permisivos los jueces motoristas, ví y oí muchas advertencias y bozinazos pero pocas tarjetas y menos atletas en el penaltybox.

En la segunda transición de nuevo me lo tomé con calma y me cambié íntegramente de atuendo. Tardé exactamente lo mismo que en la T1, 8 minutos. Cuando empecé a trotar tuve la grata sorpresa de notar que mis piernas, que tan mal las sentía al final de la bici, me respondían adecuadamente. Y el maratón fue rodado. Pude mantener un ritmo más o menos constante, muy pésimo, pero fuí capaz de no parar de trotar más que en los avituallamientos. En la tercera y última vuelta ya oscureció y, a falta de unos 7 km de la meta, antes de dar el giro hacia Calella, pasamos por una carretera alejada de la población sin luz alguna. La escena era digna de la Noche de los Muertos Vivientes, lo único que veías eran sombras de individuos tambaleándose y haciendo ruidos y sonidos raros. Si algún transeúnte despistado se mete por ahí sin saber que hay una prueba deportiva, le da un infarto del susto. Poco a poco los zombies fuimos volviendo a la vida al ver las luces de Pineda. Entrar en Calella y empezar a oir de lejos todo el festival ya fue un subidón que incluso me permitió acelerar el ritmo hasta que me ví atravesando la alfombra roja con la piel de gallina y los pelos de punta. Me saqué la gorra con una sonrisa de oreja a oreja delante del speaker mientras pronunciaba la frase célebre “You are an IRONMAN “.

En la misma línea de ir a un IM sola, sin suporters, sin conocidos, en taxi... ahora había que buscarse la vida para regresar a casa. El último tren salía a las 21h 58 minutos. Mi llegada a meta fue a las 9h 10 minutos, así que, a pesar de estar agotada, tras recibir la medalla, recoger mi camiseta, bever y comer algo, me fui corriendo, y no es broma, a hacer el check out de la bici y las bolsas, que por cierto estaba a 1,5 kilómetros de la línea de meta. Pude coger el último tren, exhausta pero lo cogí. Y en el vagón la lié parda; subí cuando casi se cerraban las puertas, con un aspecto lamentable, cargando bolsas, mancha y bici pero, eso si, con la camiseta de finisher y la medalla colgada del cuello, los pasajeros, al ver semejante escena, empezaron a aplaudirme. Casi muero de la vergüenza.
Sin ninguna duda, este año que viene repetiré pero en otro destino. Ni taxis ni trenes....hará falta un avión para llegar a mi destino.