
De qué hablo cuando hablo de triatlón
Decía Haruki Murakami en el prefacio de su archiconocido De qué hablo cuando hablo de correr que el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional. No le falta razón al japonés más famoso de los últimos treinta años. Pero pese al dolor y el sufrimiento la gente corremos y pedaleamos y nadamos y nos apuntamos a triatlones más que nunca en la historia. Los expertos en sociología dicen que la fiebre del running, y por ende del triatlón, viene por una crisis de valores derivada a su vez de la profunda crisis económica que hemos vivido los últimos años. Puede ser. Como cantara Guille Mostaza, solista de Ellos, ni lo sé, ni me importa. Yo corría antes de ir a la universidad, corría en la universidad, corría en mi primer trabajo, en el segundo, en el tercero, en la crisis, en los brotes verdes y corro ahora. Y hago triatlón. A lo bruto.
Ayer se disputaron las distancias supersprint, sprint y olímpica del Triatlón Villa de Madrid, segunda prueba del circuito Santander Triathlon Series. Más de dos mil personas cumplieron de una manera u otra su sueño de cruzar el arco de meta, colgarse la medalla y poder decir, por fin, que ya son triatletas con todas las de la ley. No hablé con ninguno de ellos el rato que estuve grabando vídeos y haciendo fotos, pero sí que dediqué un tiempo a mirarles detenidamente tratando de rememorar qué me motivó a comenzar a practicar triatlón.

Me gustan los triatlones populares. Sinceramente. Me gustan porque me recuerdan porqué somos triatletas. No hay cabras, no hay cascos aerodinámicos, no hay gente hablándote de si ha tomado este gel o aquel otro. Sin embargo hay gente que le tiene miedo a meterse en el lago de la Casa de Campo a nadar 750 metros, gente a quien le aterroriza eso de adentrarse en el agua y que sin embargo, lo hace. Se calzan un trimono, cierran los ojos, suena la bocina y se lanzan. Y que sea lo que dios quiera. Porque se lo han prometido a sí mismos. O a sus esposas. O a sus hijos. O a sus compañeros de trabajo. Y nadan, y tardan un mundo en completar esos 750 metros de nado y salen del agua mareados y cogen una bici que no entiende de cambios eléctricos, ni de ruedas de perfil, ni de acoples. Y pedalean y esos veinte kilómetros se les hace una eternidad, y tienen las pulsaciones a mil por hora, pero da igual: los aplausos de la gente acodada en los laterales de la carrera les saben a pura gloria, a estar ganando la Champions con un gol suyo de chilena en el último minuto de la prórroga.
Me gustan los triatlones populares porque democratizan la heroicidad, porque hacen accesibles a la gente de a pie sueños que hace años nos parecían solo disponibles para unos pocos. Nunca seremos Iván Raña, ni Javier Gómez Noya, ni Mario Mola. Es cierto. Nunca correremos unas World Triathlon Series. Muchos de nosotros nunca iremos a Kona. Pero da igual. Es lo de menos. Los que dan consistencia al triatlón, los que hacen que poco a poco nuestro deporte esté sonando más en los medios de comunicación, son en verdad todos esos valientes que se apunta a pruebas como las Santander Triathlon Series con varios meses de antelación y lo cuentan en la oficina con la misma ilusión con que un niño espera la navidad. Son esos que esperan que sus hijos les esperen veinte metros antes de entrar en meta y que se hacen fotos bajo el arco señalando el tiempo que han hecho. Y les es indiferente que el reloj marque dos horas. Es su tiempo. Es su primer triatlón. Es su orgullo.

Yo ahora tendría que hacer un resumen con datos de la jornada de ayer del Santander Triathlon Series de Madrid. Contaros que en chicos en el Olímpico ganó Julian Carretero, o que en chicas Sonia Ruiz se llevó el Supersprint. Podría, pero hoy no voy a hacerlo. Hoy prefiero hablaros, por ejemplo, de Antonio Pastor, que empleó dos horas y cuarenta y cuatro minutos en alcanzar la meta. O de Marina San Miguel, que lo hizo en dos horas y treinta y un minutos. Ambos fueron los últimos clasificados en categoría masculina y femenina y los que más respeto me infunden de todos los que compitieron. Porque son la viva estampa del triatlón que nos gusta en esta revista.
Porque el que entra en meta en primera posición es el ganador, pero el que entra el último... Ese es un puto héroe.