
I Doble Olímpico Ciudad de Logroño
Lo reconozco: la preparación del ironman va limando poco a poco mis fuerzas, tanto física como mentalmente, y hoy, 8 de septiembre, estoy en un punto de “por favor que llegue ya el 5 de octubre o termino apareciendo un día de estos en la sección de sucesos del telediario de Antena 3 ”. Empieza a poder conmigo la obligatoriedad de entrenar porque es lo que toca, porque es lo que hay que hacer, y mi cabeza protesta por absolutamente todo y todo me provoca pereza.
Saber que voy a sufrir per se a lo largo de una competición me hace sentir una ansiedad infinita. Echo la vista atrás y veo Lantadilla, Rioseco, ayer mismo, y pese a ser consciente de que a lo largo de una prueba va a haber múltiples historietas que van a limar mi moral, noto que mi paciencia se va agotando. Cómo serán las cosas que tengo ganas de que llegue el fin de semana próximo para acercarme a ver a los compañeros que van a participar en Tossa para ver los toros desde la barrera: estar en una terraza, tomándome una cerveza en una jarra bien fría, viéndoles sudar mientras nadan, pedalean y corren y hacer un poco de break.
Sí, soy un capullo ^_^
Aparte, y es preocupante, en este justo instante no sé si estoy realmente preparado para asumir los 226 kilómetros del ironman. Quiero pensar que es un problema puntual de falta de moral, de cansancio mental, pero como muestra un botón: ayer, en el kilometro 60 de la bicicleta estaba hasta las narices de pedalear, literalmente aburrido, planteándome lo coñazo que era estar perdido entre Albelda y Alberite, pueblos que hasta ayer no ubicaba en el mapa, y que si estuviese en el ironman, aún tendría otros 120 kilómetros por delante. De locos.
Necesito algo de positivismo. Llevo trabajando duro toda la temporada, esforzándome para llegar a estas fechas fuerte, y en cambio pienso que estoy retrocediendo, perdiendo la confianza en mí mismo. Egoístamente, creo que me merezco hacer ese ironman y hacerlo bien.
Y dicho esto creo que el desarrollo del Doble Olímpico de ayer en Logroño es para estar satisfecho. Era la primera vez que nadaba 3.000 metros en aguas abiertas y bajé de la hora, aparte de sentirme cómodo a lo largo de todo el recorrido. Estoy un poco escéptico sobre si en mar será igual que en agua dulce (creo que es complicado, entre oleaje y los tragos de agua que voy a pegar), pero creo que teniendo aún casi un mes por delante, el tramo de natación del IM lo tengo preparado.
La bicicleta no me lo pasé bien, la verdad. Hacía mucho calor y me tocó ir solo bastante tiempo. El recorrido era feo, rompepiernas incómodo que no te dejaba ir acoplado salvo unos diez kilómetros al principio de cada una de las dos vueltas. Cuando salí del agua me planteé que quería tomarme con calma el tramo de bicicleta, ir en las pulsaciones justas como para luego en el de carrera a pie tener aún fuerzas, tratando de evitar lo ocurrido en Rioseco. Se pedaleaba cinco kilómetros por dentro de Logroño, a lo largo de un circuito urbano con bastante gente aplaudiendo, y de ahí se tiraba por una recta por entre urbanizaciones dirección a Lardero. Los primeros diez kilómetros en 18’. Perfecto.
De ahí se comenzaba un tramo de subida molesta hacia Entrena. Comenzaba a hacer calor y el recorrido tendía hacia arriba, pero sin ser lo suficientemente duro como para meter plato pequeño: uno de esos tramos que te hincha las piernas y te deja tocado sin que te des cuenta. Al salir de Entrena sí que había una rampa al ocho por ciento, apenas doscientos metros, para meter plato y ponerte de pie.
De ahí hasta Nalda otro tramo rompepiernas con viento lateral. La gente nos íbamos desperdigando, sin tener referencia de si iba bien en la clasificación o no. No me adelantaba casi nadie, pero tampoco estaba superando un número importante de corredores.
El sol ya picaba, y en un bache de la carretera al llegar a Nalda había perdido uno de los dos bidones. Comenzó a preocuparme que no hubiese ningún avituallamiento. Llevábamos en el cuerpo algo menos de 30kms y no daba la impresión de que fuese a haber nada por el camino. El apoyo logístico a lo largo del recorrido era pobre, la verdad. Había bastante tráfico, pocas indicaciones, poca policia y pocos voluntarios. El ir pedaleando entre coches era, cuando menos, molesto.
Empecé a plantearme parar a llenar el bidón que me quedaba en alguna fuente pública, pero tampoco encontraba, así que más ansiedad para el cuerpo. Me quedaban unos 200ml de agua, y estaba sudando bastante. Ya me había comido dos trozos de barrita y una cápsula de sales, pero aún tenía otros 50 kms por delante, imposible hacerlo sin hidratación.
Entramos a Logroño en el km 40 y yo ya iba bramando en arameo. Increíble que en una prueba de tal magnitud, con estas temperaturas, haya tal falta de previsión y no haya ningún puesto para proveer de agua o isotónica. Afortunadamente, en Plaza del Espolón, donde acababan los del olímpico y estaba la T2, sí que habían montado chiringuito. Bebí una botella de 0’33 litros de un trago, recargué mi bidón y me llevoé otra. No pedí que me envolviesen otra más para regalo de puro milagro. Lo que sí, aunque no me hacía falta con las barritas, pillé un trozo de plátano, ya de paso.
El nivel de ansiedad se redujo a cero. Mucho más calmado, tiré acoplado de nuevo hasta Lardero, sufrí subiendo a Entrena y me aburrí en el tramo Nalda – Albelda – Alberite. No había nadie por el camino, no tenía el aliciente de intentar adelantar a nadie, y sólo quería llegar a la carrera a pie. Vale que había pasado un bache mental con la historia de no tener agua, pero ya estaba superado. Sólo había que ir pasando los kilómetros uno a uno, por muy aburrido que fuese, era mero trámite. Volví a tener problemas con el sillín, que en otro bache (la carretera era bastante mala en términos generales) se me volvío a mover. Tengo que llevarlo al taller y que me lo arreglen a conciencia. No es normal que baile tanto.
Bajé de la bici en 2h44’36. Siendo 82,5 kms con 660 metros de desnivel, sinceramente compro los 30kms pelados.
Transición rápida (38 segundos, increíble para mí), y a correr. El calor era espantoso: 31 grados, para ser exactos. Botellín de agua al gaznate y otro a la calvorota para refrescarme.
Los tres primeros kilómetros se corría por dentro del casco antiguo de Logroño. De nuevo, falta de infraestructura y falta de voluntarios: tener que correr por las calles más transitadas de la ciudad esquivando viandantes (haciendo eses, en serio) es de locos. Muy mal. Una vez fuera de la ciudad, se entraba al Parque del Ebro, más tranquilo, pero con una temperatura corporal en máximos históricos (que diría el Cinco Días) y sin avituallamientos a la vista. Afortunadamente sí que había fuentes públicas en las que refrescarse.
Ritmo estabilizado en 163 pulsaciones y más o menos rondando los cinco minutos por kilómetro. Iba bastante jodido pero era más por el calor que por las piernas. Lo peor ya había pasado, solo quedaba aguantar unos minutos más y estaría en una terraza de la Laurel metiéndome una cerveza entre pecho y espalda. Traté de ganar terreno a gente, adelantando, y terminé incluso fuerte los dos últimos kilómetros. Comparado con las sensaciones de Lantadilla y Rioseco, ayer acabé bien. Media al kilómetro, 5’02”. Genial.
Llegada a meta, con Jorge y Miriam animando, en 5h07’40”. Habíamos previsto 5h15’, así que conseguí mejorar tiempos.
Recogida de la bici, de las bolsas y baño en la fuente de Espartero, sin ningún tipo de miramiento al qué dirán. Como yo, lo hicieron otros tantos.
¿Lo peor? Las seis horas de carretera de vuelta a Barcelona con dos granizadas incluidas y la sensación que comentaba al principio. Quedan tres semanas, ya no hay pruebas por delante, sólo entrenamientos. A ver si puedo hacer algún entrenamiento de confianza de 5 horas de bicicleta + 2 de carrera a pie para intentar tranquilizarme...