
(Otra) Crónica del Ironman de Lanzarote
Cuando el verano pasado decidí hacer distancia Ironman le di muchas vueltas al tema del destino. Tenía claro una cosa: mi debut sería con la franquicia Ironman. ¿Dónde? Pues había varias opciones pero pensé en debutar a lo grande. Me hablaron de Lanzarote y de sus encantos. Su 25 aniversario. Si corría allí y acababa iba a grabar mi nombre a fuego dentro de la historia de esta mítica carrera. Había gente que me decía que estaba loco para iniciarme allí en larga distancia. Que era muy duro para no tener experiencia. Recuerdo que mi primer triatlón sprint lo hice un 31 de agosto de 2014 en Palencia. Es decir, que mi vida en este deporte es muy corta. Pero sin duda, muy orgulloso de mi trayectoria. Sobre todo por las condiciones que me rodean. Preparar una carrera de esta exigencia con 4 hijos pequeños os aseguro que no es nada fácil. Hay que sacrificarse mucho para sacar huecos para entrenar. Y cuando los sacas es tiempo que restas a tu familia. Muchas veces me he preguntado si tenía sentido tanto sacrificio por parte de todos. Por ellos y por mí. Pero después de ver lo que hemos disfrutado todos juntos ( Rocío, los niños, mis padres y por supuesto yo) me siento muy satisfecho de lo conseguido. Y sí. El sacrificio ha merecido la pena.
Mario Repes, mi entrenador, siempre ha alabado mi realismo. Nunca ha dejado que me obsesione por hacer tal tiempo o bajar de tal hora en la carrera. Me dijo que viendo mi forma de tomarme el triatlón, sí me dejaba lanzarme a la aventura de Lanzarote. Si le iba a hablar de tiempos, ritmos y objetivos que me llevaran al fracaso, no estaba dispuesto a prepararme para esta carrera. Cuando me hablaban del tiempo que iba a hacer, yo siempre respondía lo mismo: voy a terminar la carrera y a disfrutar al máximo. Está claro que a todos nos gusta hacer el mejor tiempo posible. A mí el primero. Si de algo peco, es de exceso de competitividad. De hecho estoy algo fastidiado porque la maratón no la hice como esperaba, pero ya me han abierto los ojos y me he dado cuenta de dónde estaba y en qué circunstancias corría. Así que muy orgulloso de mis 13:31:59.

Salimos de Madrid el jueves a las 15:05 con un vuelo de Air Europa. Rocío, los niños, mi madre y yo. Ahí se empezaba a cocer el Ironman. Viajar 2h30´en avión con Lucas, Jacobo, Pablo y Bosco es la mar de entretenido. Aterrizamos en Lanzarote a las 16:45. Me la juego y nos vamos a La Santa a intentar recoger el dorsal, que cerraban a las 18:00. Llego justo a tiempo y lo tengo en mi mano. El 890. De ahí al hotel a desembarcar y a por la bici a Tripasión. Gracias a Jorge Delgado una vez más por todo. Un verdadero fenómeno el mecánico oficial del Ironman. Ya tenía el dorsal y la bici. Lo más importante. Cenamos tranquilos en el hotel y a descansar.
El viernes a las 10:30 había quedado con Javi Pardo (gracias por todo amigo) y con su amigo Germán para dar una pequeña vuelta con la bici. Veríamos el circuito de la maratón y algo de la bici. Poco más de una hora. No dio tiempo a mucho, sólo para constatar que la maratón iba a ser realmente dura.
Fuimos todos a comer a Puerto de Carmen, a la zona del pueblo y luego al hotel a preparar todo para dejar la bici en la transición. La zona de boxes la abrían a las 15:00. Me encuentro con Pardo y German en medio de una cola interminable a pleno sol. Nos esperaba un buen rato de espera. Mientras soñábamos con la carrera aparece un operario con la bici de Frodeno. Su Canyon radiante con la que ganó el mundial de Hawái. A continuación llegó el gigante alemán. Pero no esperó cola. Directamente fue a colocar su bici con el dorsal 1 rumbo a la victoria. Cerquita de él, la de Iván Raña y la de Blanchart. Detrás Saleta Castro y con el dorsal 29 nuestro compañero del curso de entrenador, el gran John Galindo. Que tras conseguir plaza en Barcelona para Kona el año pasado en GGEE, debutaba como Pro en Lanzarote. Un honor compartir carrera con este elenco de estrellas. Es lo bueno del triatlón. Se junta la élite con los populares como yo.
Con todo preparado sólo quedaba pensar en la carrera ( todavía más) y que mi padre que aterrizaba a las 22:30 estuviera bien. Iba a ser una parte muy importante en el día D. Cené bastante pronto y a preparar todos los geles y las barritas. Llamada a Mario para resolver dudas. La alimentación fue un éxito en toda la carrera. Lucas se encargó con toda la ilusión del mundo de preparar conmigo todos los geles, barritas, sales... Si hay algo que me gusta y con lo que disfruto es viendo a mis hijos más ilusionados que yo. Su papá iba a ser un Ironman, aunque Pablo (2 años) prefería que fuera Batman.
A las 04:45 pongo el despertador. 10 alarmas más la del reloj por si acaso me duermo. Tensión, aunque dormí bastante bien. La cercanía del hotel con la salida me da tranquilidad. Había quedado a las 05:30 en boxes con JuanP, mi compañero y amigo de Planeta Triatlón para darle un poco de aire a las ruedas. Antes preparo el desayuno y me voy al restaurante que estaba abierto para todos los locos del Ironman. Desayuno habitual, nada de inventos.
Pongo rumbo a boxes junto a mi madre. La bici en orden. La megafonía empieza a atronar. Son las 06:30 y estoy donde quería estar. A 30 minutos de mi sueño.
Al llegar a la playa había muchísima gente. Mi idea era salir por la mitad pegado a la derecha para evitar los golpes de la primera boya. En el giro de izquierdas nada más salir, alguno recibe una buena paliza. Yo no quería arruinar mi día con un golpe mal dado. Así que decido ponerme atrás. Como hice en el 70.3 de Calella. Ahora pensándolo fríamente me arrepiento un poco, podía haber nadado más rápido. Tenía en mente hacer como el Infinitri Half de Peñíscola, donde salí con 2000 metros en 34 minutos. Pero no pudo ser.
La salida puntual. El speaker se viene arriba. Los 1900 valientes aplaudiendo y pistoletazo de salida. Salgo a nadar. Mejor dicho, a disfrutar. Primer giro sin muchos problemas y a pensar que tenía mucho día por delante para completar la prueba. Empiezo a adelantar a gente. Busco hueco para intentar coger un buen ritmo. El agua fresquita, transparente, se ve todo el fondo a la perfección. Peces, muchos peces. Y algún buzo que parece una ballena. Disfruto mucho en la primera vuelta. Llego a la orilla con 36:48. Pero el Suunto empieza a fallar. Me pone 1200 metros. Vamos, que se ha ventilado casi la mitad de la distancia. Me mosqueo. El día D y falla. Busco a mis padres y a Rocío pero hay tanta gente que no lo consigo. De nuevo al agua. La segunda vuelta casi la calco. Intento apretar un poco, pero no fue así. Pensaba que había nadado más rápido pero hago 39´según los tiempos oficiales porque de nuevo el Suunto me deja tirado. Estaba parado en los 2100 metros. Al final 01h20. Ahora sí veo a todos. Primero a Lucas, Jacobo, mi madre y Bosco. Luego a Rocío, Pablo y mi padre. Me hace mucha ilusión el saber que están ahí a mi lado.

Vamos a por la bici . Llego a la carpa y aquello era un nido de triatletas. Me cuesta encontrar un hueco en una tumbona. Crema, mucha crema, me guardo las barritas y a darle duro al sector clave del Ironman. Al final 13:52 en la transición. Casi me duermo, pero es que no tenía mucha prisa. Quería disfrutar de cada momento.
Camino de la bici me encuentro a mi familia de nuevo. Gritos de ánimo, me piden que disfrute. Beso a los niños, Bosco y Pablo ( los dos más pequeños) me miran raro con ese casco amarillo que con el que parezco un extraterrestre. Me voy a por la Giant pero vuelvo para besar a Rocío. El beso de Casillas y Carbonero ha pasado a la historia. Me dice que me vaya ya. Que no me entretenga. Llego a la bici, compruebo que las ruedas están bien de presión y a por los 180 km.
Nada más salir con la bici nos damos cuenta que el viento iba a ser muy fuerte. 30km/h daban las predicciones. Hay días peores en Lanzarote, pero los expertos en la isla nos dicen que de las últimas ediciones, detrás de 2015 donde fue un infierno, estábamos en la más dura. La verdad es que iba muy concienciado. He tenido la suerte o la desgracia, según se mire, de entrenar con mucho aire este invierno en Madrid. Habrá que preguntar a algún experto en meteorología, pero no recuerdo tanto viento durante tantos días seguidos en la capital. Cada salida con viento, lo agradecía pensando en Lanzarote. Además entre medias hice el Infinitri Half de Peñíscola y nos tocó una carrera con un vendaval tremendo. Así que el viento no me iba a desmoralizar.

Tenía claro que aquí había que guardar fuerzas para la maratón. Le tenía mucho respeto a la bici. Nunca había hecho 180kms y ni mucho menos 42kms de carrera, por lo tanto me enfrentaba a lo desconocido. Así que a regular, comer bien y llegar lo más fresco posible a la carrera a pie. La primera parte del sector es rápida. Hay tramos donde se puede ir a buen ritmo, pero al llegar al Timanfaya te das cuenta que aquello es como la luna. Ni un ruido, ni un pájaro, ni un árbol, muchas piedras, mucho calor y casi 2000 tíos cómo locos luchando contra el viento caliente de cara que no nos iba a abandonar en ningún momento.
La entrada en Teguise. Impresionante. Tuve buen idea en poner mi nombre en la ropa. Entramos en el pueblo, rampa dura y un ambiente brutal. Por delante no tenía a nadie y por detrás no sé si venía alguno conmigo. La gente me empieza a animar… “ Vamos Emilio”, “Vamos, dale duro” , “Vamos campeón”… Me cuesta abrirme paso. Bajo piñones y me pongo de pie. Veo poco más de un metro de calzada, se agolpan en torno a mí y me emociono. O será que estoy muy sensible últimamente. Sensación difícil de explicar. Hay que vivirlo. Gracias a toda esa gente.
La zona de los Miradores. Sin duda lo más duro, pero lo más bonito. Me gusta cuando la carretera se pone cuesta arriba. Me encontraba bien. Ritmo cómodo, sin calentarme, controlando mucho el pulso y disfrutando. Haría lo paso bien, me acuerdo de mi amigo Iván Triker que me avisa de la cuesta tan dura que hay a la entrada del pueblo. Meto plato pequeño para que no me pille despistado. La paso bien. Bajada rápida y peligrosa. Hay gente que se juega la vida. Bajan más rápido que las motos.
De ahí al Mirador del Río. Impresionante. Antes del zoo de Papagayos pasamos por la rampa más dura de todo el Ironman. Plato pequeño y para arriba. Voy muy bien de fuerzas y disfruto muchísimo subiendo con esas vistas tan espectaculares de la isla de La Graciosa mi izquierda. Es el momento de más pulsaciones en toda la bici (164). Me pongo de pie, aprieto los dientes y hasta el final. El momento más bonito de la bici.
Lo complicado ya estaba hecho. Ahora nos tocaba bajar, llanear y salvar el tramo de Nazaret, donde el asfalto es horrible. Tocaba rezar para no pinchar. Justo antes de llegar allí, hay que pasar una recta muy larga que pica hacia arriba con mucho viento de cara. Estamos en el kilómetro 150 y se nota. Justo antes de coronar la subida oigo un “¡Vamos Emilio! que me pone los pelos de punta. Era mi padre. La noche antes de la carrera la grúa nos había quitado la furgoneta que alquilé porque aparqué en una zona donde estaba prohibido el día de la carrera. Mi padre tenía la intención de seguirme los tramos que marcaba la organización, pero lo descarté porque no teníamos la furgoneta. Pero ahí estaba. Con su menisco roto, había ido al depósito, a 3 km de nuestro hotel andando y estaba en Nazaret esperando. Me dio un subidón. Siempre sorprendiendo. Lo lleva en su ADN. Charlo con él un minuto mientras relleno el bidón de agua. Me da mucha fuerza para seguir con todo lo que me quedaba por delante. 30km de bici y nada más y nada menos que una maratón. Me dice que Rocío, mi madre y los niños están bien y que me esperan en Puerto del Carmen. Todo estaba saliendo bien.
Los últimos 30 kilómetros los hago en 55 minutos. Se puede rodar bien y tengo ganas de ver a toda mi legión de seguidores. Entro en la zona de transición, me recogen la bici y en busca de la bolsa roja, la del Run. Por delante una maratón. La gran incógnita. ¿Cómo me encontraría? Veo a todos, me dan ánimos y a correr. S Pienso que va a ser muy duro. Hace mucho calor. Nada más salir me cruzo con Jesse Thomas, el ganador con sus sorprendentes gafas de aviador. Muy poquito después viene como un tiro Jan Frodeno. Impactante la planta del campeón alemán. Le doy ánimos. Tiene una zancada portentosa. Esto es lo bonito de correr en una carrera tan prestigiosa como Lanzarote. Tomar la salida al lado de estos fenómenos. Pero ahí no queda la cosa. Más adelante viene Raña. “¡Vamos Iván, crack!” Le digo. Pero llevaba la mirada perdida. Después Saleta. Se jugaba la carta de Hawái en Lanzarote pero falló. Llevaba muy mala cara. Poco después abandonó. También veo a Galindo. Hizo un carretón, sobre todo en la maratón donde se cascó un portentoso 03h04´. Impresionante. Eres muy grande John. Un poco más tarde le tocaba el turno a JuanP, que también se salió : 11h14´en su debut. Otro nivel.
Los Pro llegando y yo empezaba mi carrera. Iba muy concienciado. Me encontraba fuerte corriendo en los entrenamientos, pero aquí iba a ser otra historia. Los primeros 11km los hago mentalmente muy bien. De hecho me divierto. Quizá más lento de lo esperado, pero no me preocupaba mucho. Quería guardar fuerzas para el final. Mi nombre en el pecho hace que no pare de recibir ánimos. Se hace duro. Sobre todo la zona del aeropuerto. Mucho viento y calor, pero tengo buenas sensaciones, las piernas cansadas pero ningún punto concreto con mucho dolor. El primer mazazo me viene nada más hacer el giro de camino a la media maratón. El Suunto Ambit 3 me pita. Miro y pone “por favor, recargue la batería”. No podía ser. Con el 100% al empezar la prueba y me iba a dejar tirado en el momento más importante, con casi toda la maratón por delante. Intento que no me afecte, pero se me hace duro.

Hago el giro en el 21 y saludo a mi grada de supporters. Pienso en ir a por los siguientes 10 y ya me quito lo gordo. Pero me cuesta ir sin referencias. Al cabo de un rato, pregunto a otro compañero de fatigas los kilómetros que llevábamos. Me dice que 23. Me vengo abajo. Pensaba que llevábamos más y empiezo a sufrir. Sobre todo de cabeza. “Lo que me queda.” No paraba de repetirme. Me tomo con calma mi paso por los avituallamientos. Tomo agua, sales, geles y ando un poco. Estoy mal. Se me está haciendo cuesta arriba. Me enfado conmigo mismo por no poder correr bien como yo creía que podía hacerlo. Decido correr hasta los avituallamientos y oxigenar un poco allí mientras como y bebo. Así hasta el kilómetros 32. Tras hacer el segundo giro no veo ni a Rocío, ni a los niños. A mi madre tampoco. A unos 500m de meta me encuentro con mi padre. Momento clave de la carrera. Me pregunta cómo voy. Me da un poco de conversación mientras andamos. 2 ó 3 minutos. Me habla de los niños, de lo que han hecho hoy, de gente que va muy mal, de los abandonos que hay y me anima mucho. Me dice que ya lo tengo y que corremos juntos. Él tiene el menisco roto, no puede correr. Está loco. Cojeando iniciamos la marcha. Así hasta el kilómetro 35 que le digo que me espere, que hago el giro en el 37 y volvemos a meta juntos. La cabeza me había vuelto a funcionar. Pienso en llegar al punto de dar la vuelta y acabar este Ironman. Ya no paro, bajo un poco el centro de gravedad ( el culo, para entendernos) y cojo un ritmo mucho más alegre. Doy la vuelta y sólo tengo en mente ver a mi padre. 3 kilómetros y estaba con él. De ahí a meta lo tenía hecho. Cuando estoy a unos 200 metros de encontrarme con él, me vuelve a sorprender. ¡Vamos Emilio! No es capaz de estarse quieto en ningún lado. Vengo bastante rápido para como iba hacia poco más de 6 kilómetros. De moral a tope y sólo pensaba en la meta. Le digo que no puede correr a este ritmo conmigo. Hacemos unos 300 metros juntos pero su rodilla no da para más. Le choco la mano, le doy mis gafas (ya no había sol) y todos los geles que me quedaban. Había que acicalarse para la foto. Me despido y le oigo de fondo hablando con mi madre o Rocío “ ya va para allá. Va muy rápido, no va a tardar en llegar”. Me vengo arriba y empiezo a emocionarme. Me están esperando en la meta. Rocío, los niños y mi madre.. Me coloco bien la gorra, que no esté torcida ( la imagen, ya sabéis) y en los últimos 2km voy muy rápido. Las fuerzas me habían vuelto. Saludo a todo el mundo. “Vamos Emilio”. Cada pocos metros recibo ánimos. Adelanto a mucha gente que todavía iba en busca de la primera pulsera. Pienso en ellos y me duele ver lo que les queda todavía.

Se me empieza a venir a la mente todo el sacrificio que he hecho en este tiempo. Mi debut hacía apenas un año en el IM 70.3 de Calella. Lo difícil que era este reto y estaba a un paso de cruzar la meta con la que tantas veces había soñado.
Último kilómetro. Puerto del Carmen a reventar. Oigo la megafonía de fondo. Sigo emocionado. Solo quiero ver a todos en la meta. Pienso en cómo llegar a la valla donde estaban al comienzo del Ironman. No sé si me iban a dejar acceder allí.
Último esfuerzo Emi. Ya lo tienes. Vuelvo a colocarme la gorra, el dorsal bien centradito. Entro en la alfombra roja. Adelanto a un par de corredores que tenía delante para llegar solo al momento de gloria. De repente veo a Rocío con Pablo en brazos, y a Lucas y Jacobo prestos y dispuestos para correr conmigo. ¡Qué subidón! Agarro de la mano a los dos y juntos hasta el final.
“Emilio Moreno López, España. Acompañado de toda su familia. You´re an Ironman”. Cinta al cielo de Lanzarote. Me fundo en un abrazo con Rocío, los niños y pienso: “Qué cojones tienes, Emi. Lo has conseguido.”
Recojo la medalla que me acredita como Finisher del 25 aniversario del Ironman de Lanzarote. A lo lejos veo a mi madre con Bosco. Me voy hacía ellos. Mi madre emocionada y Bosco como loco para que le cogiera. Ya estábamos todos. Salvo mi padre que venía rezagado después del palizón que se había pegado. Somos una gran familia. Sí señor. Un equipazo.
Gracias por dejarme cumplir mi sueño y formar parte de esta bonita historia. Os quiero.