
Las aventuras de Tontín en Dubái. Entrenando en el desierto
En el hemisferio norte, los inviernos tienden a ser fríos, en mayor o en menor medida. Eso todo el mundo lo sabe. Aun viviendo en la bondadosa ciudad de Barcelona, las tiradas de bicicleta se vuelven menos agradables, en la carrera a pie siempre se va al filo de la galipandria, y la natación, de repente, se mueve hasta el fondo de las prioridades en la lista de tareas diarias.
En esta época del año, mucho triatleta, profesional o aficionado, se acerca al ecuador para disfrutar de una semana de vacaciones enfocadas al entrenamiento. Qué mejor plan para empezar con buen pie la temporada, y en el caso de los amateurs, para desconectar un poco de largas jornadas de trabajo, en las que se entra de noche a la oficina, y se sale de noche de ella también.
Destinos hay muchos, pero a mí me propusieron Dubái. En otras circunstancias, no me hubiera animado, pero la oferta me pilló en un momento en el que me hubiera agarrado a cualquier plan de fuga, por descabellado que fuera. ¿Por qué a priori no iría a Dubái? Es un emirato, de los siete que conforman los Emiratos Árabes Unidos, que está construida a base de petrodólares. Desde la prácticamente nada hasta lo que es hoy en día, un parque temático de lo grotesco. Cualquier idea vinculada con el ocio, el consumismo y el capitalismo desacerbado, se hace realidad en este emirato: el edificio más alto del mundo, el centro comercial más grande del mundo, el acuario más grande del mundo dentro del centro comercial más grande del mundo. Y así hasta que se os acaben las ideas, por muy absurdas que sean. Por no comentar el clasismo vigente en la sociedad, donde los emiratíes gozan de privilegios a los que ningún otro tipo de ciudadano residente podría aspirar. Una especie de patricios del siglo XXI. Sin democracia, claro.
Pero el caso es que conocíamos a una pareja de emigrantes a Dubái, y sin pensarlo demasiado, para allí fuimos.
Un consejo, no vuelen nunca con Turkish Airlines. No me pienso molestar ni en comprobar si lo he escrito bien. El vuelo, planeado por nuestro brillante estratega y entrenador, Txema Córdoba, consistía en volar hasta Estambul aeropuerto occidental, cambiar de aeropuerto hasta el aeropuerto oriental y de allí, otro vuelo a Dubái. Un cambio de aviones que te supone: entrar en la ciudad de Estambul, tener que pagar visado por entrar en la ciudad, hacer la misma cola 3 veces y esperar que a un turco le parezca que tu cara se parece a la foto chunga que llevas en el pasaporte, chuparte un recorrido suicida dentro de un taxi con un señor bigotudo, con los nudillos blancos de tanto agarrarte a la puerta, que casi te pierdan las maletas... bueno, el primer entrenamiento ya lo tienes hecho: series de sprint cortas por los pasillos del aeropuerto.
Aterrizados en Dubai, son las 5:00 de la mañana, y el checking del hotel no es hasta las 7:00 (por suerte). Unos momentos gloriosos en la recepción del hotel, tirados como universitarios en la Route 66.
Este relato no pretende ser dogmático y tan solo se suscribe a la experiencia que yo viví, por lo que si alguien considera que me dejo cosas, probablemente esté en lo cierto.
¿Dónde alojarte? Nosotros lo hicimos en el barrio indio, Deira, cerca del aeropuerto y donde los residentes son indios inmigrantes que han venido a buscar unas condiciones mejores que en su país. Es la zona “chunga”. Y con eso me refiero a que es la zona de poder adquisitivo más bajo, porque la delincuencia en Dubái es prácticamente inexistente. A nadie le gusta que le corten la mano. A parte de tener que escuchar todas las noches de vuelta al hotel la misma cantinela: “Rolex, rolex, rolex…” el sitio es estupendo, más o menos asequible y mucho más humano que el resto de la ciudad.
Primer entrenamiento. Tontín en el circuito
Recuperar horas de sueño y descansar, para cuando ya cae la tarde, con una temperatura que puede considerarse fresca pero no fría, acercarse hasta el Circuito de Abu Dhabi de Yas Marina. Si, en efecto, el circuito de F1. Y cuando digo acercarse, me refiero a conducir durante una hora de ida por una larga y recta autopista que conecta los dos emiratos. Aquí las distancias son abrumadoras. La zona no está pensada para desplazamientos a pie, y todo gira alrededor del coche. Un aspecto muy negativo si a lo que aspirabas es a salir corriendo fácil desde el hotel, o caminar hasta la playa, o salir en bici desde la puerta de tu habitación.
El circuito está abierto dos días a la semana, por la tarde noche. Y la entrada es gratuita. El petrodólar lo paga todo. Hasta las botellitas de agua que te facilitan por si te has deshidratado en exceso. Son 5km aproximadamente de pista impecable, ancha, con escapatorias, por si te pasas de frenada. Eso sí, es para todos los públicos. Por lo que compartes el espacio tanto con el triatleta profesional de cabra special edition, pero también con la madre y la quadrilla de críos que han salido a hacer deporte, cual patitos nadando en el estanque. Todo muy lícito, pero hay que ir con cuidado, porque se entremezclan muchas velocidades, habilidades y objetivos.

Nosotros rodamos con Manu, Paco y David, emigrantes españoles en Dubái, que han encontrado en el circuito su entreno semanal rápido de bici. Una hora a cuchillo, atacando vértices de curvas, a una media alrededor de los 35 km/hora, incluidos parones, etc. Una experiencia muy recomendable.

Eso sí, una hora de ir, y una de volver. Como si cada vez que quisiéramos hacer bicicleta nos cogiéramos el coche para ir a Girona.
Series de carrera a pie. Tontín en la playa
El segundo día, nos dirigimos hasta la playa. ¿Esto que supone? 40’ en un metro sin conductor, que va por encima de la superficie, paralelo a la gran recta Dubái-Abu Dhabi, del cual salen brazos climatizados que permiten que la gente entre en sus centros comerciales u oficinas dentro de los edificios más altos del mundo sin necesidad de salir al exterior. Después del metro, caminar 4km hasta llegar a la playa, por un arcén dudoso. No se ve nadie. Somos los únicos que hemos decidido ir andando. Finalmente, y después de que Manu nos rescatara de la calle en el Touareg, podemos llegar a Jumeirah Beach. Una playa pública, un tanto desangelada para tomar el sol, pero con un magnífico carril de goma para correr. Goma con cierto rebote incluso, para no lastimarte las rodillas. En el suelo hay marcas cada 100m, para que puedas prescindir de GPS si quieres. Maravilloso. Unas buenas series de 400m. Al acabar, te duchas tranquilamente en los baños públicos y te cambias en los vestuarios, que para eso los paga el petrodólar.
Fartlek de carrera a pie. Tontín entre hoteles de lujo.
El tercer día visitamos otra zona de Dubái, esta vez a 50’ de metro, pero podemos ir a la playa sin jugarnos la vida. Se trata de la zona donde estaría nuestro hotel si fueramos muy muy ricos. Bajando en Jumeirah Lake Towers, caminamos hasta Marina Beach, donde se aglutinan hoteles como el Hilton, Sheraton y estos centros de ostentación que rozan lo vergonzoso. Camellos por la playa para entretener a los niños, artefactos voladores desde el agua, algún que otro Lambo…
En este caso mientras Raul se queda tomando el sol y leyendo tranquilamente en la playa, cae un entrenamiento de carrera a pie estructurado en bloques por frecuencia cardíaca en Dubái Marina, entre rascacielos en el paseo que rodea una entrada del mar. Es un paseo como cualquier otra ciudad del mundo, cómodo y ancho. Incluso vemos otros corredores como nosotros.

Os habréis fijado que en todos estos días aún no hemos ido a nadar. Lo cierto es que nadar en la playa a estas alturas del año da bastante pereza y no habíamos traído los neoprenos. Nadar en piscina nos suponía dedicar toda una mañana al desplazamiento en coche hasta el centro en concreto. Esto puede resolverse con un hotel con piscina, seguro que los hay hasta con olímpicas, pero requiere de un poder adquisitivo fuera de nuestro alcance. Así que renunciamos a nadar en pos de poder ver más de la propia ciudad.

Tontín en el desierto
Y siguiendo con las aventuras del reportero Tontín, llega uno de los días más esperados. Entre la lista de locuras a construir a base de taco, llega el carril bici por el desierto de mayor longitud. Del orden de 200 km ciclables, distribuidos en circuitos circulares que te permiten hacer salidas en bici entre dunas. Y ciclables no solo quiere decir aptas para circular en bici, si no que son exclusivos para bicicletas. Separados de la carretera, un carril por sentido, con indicaciones periódicas, lugares de descanso, y hasta un centro Trek para el alquiler de bicis. Si lo llego a saber me cojo la nueva Madone…

Toda una experiencia. Pero es cierto, que cuando llevas más de una hora rodando, la salida se vuelve bastante monótona. Apenas hay desnivel y el paisaje no varía en muchísimos quilómetros. Claro está, además, que es aprovechable en ciertas épocas del año, cuando el calor no domina la vida en Dubái. Aun así, si os acercáis por allí a entrenar, no dejéis de ir al desierto en bici.

Volvimos a entrenar la carrera a pie entre los edificios de lujo de Dubai Marina e incluso una incursión menor cerca de nuestro hotel, entre muelles de mercancías. Pero sin ningún tipo de glamour.
Entrenar en Dubái
Reconozco que igual fue nuestra propia experiencia, un tanto desordenada, pero yo no lo recomendaría. Es verdad que hay experiencias que valen la pena, como ir en bici por el desierto, o el circuito de Yas Marina, pero en su conjunto, es complicado compaginar el turismo y el entrenamiento en esta ciudad. Los largos desplazamientos en coche que se requiere hace que se tenga que escoger una cosa o la otra. Por otro lado, si además de ir de compras nos gusta hacer otro tipo de turismo, no es la ciudad que estáis buscando.
Y el viaje de vuelta no os lo explico porque, ¡repetimos jugada! Qué bonita eres, Estambul, desde un taxi conducido por un bigotón gritón, para el que el código de circulación es de cumplimiento opcional.
El año que viene habrá que probar Lanzarote. Estén atentos a las próximas aventuras de Tontín!